Corrupción pandémica

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¿Hay algo peor que ser corrupto y ladrón? Sí! Ser eso y además no tener compasión de vecinos, conocidos, amigos y hasta familiares que pasan por el peor momento de sus vidas para aprovecharse de ellos y llenarse los bolsillos de dinero sucio.

Doña Blanquita, la mamá de mi primo político, H.L. -él prefirió ser nombrado así- enfermó a fines de marzo. Él empezó a levantarse todos los días a las 4 a.m. para ir al sur de la ciudad a las distribuidoras de tanques de oxígeno y conseguir uno para su mami. Cuando llegaba al lugar ya había mucha gente esperando. En esa “cola” no había distinción de grupos sociales. Eso me lo recalcó una y otra vez mientras me compartía su vivencia: “No existe nada de eso cuando se vive una emergencia sanitaria como la que vivíamos”.

Cerca de las 3pm, H.L. recién salía, con su tanque. En una ocasión, recuerda haber visto a personas que en la mañana habían estado con él esperando por comprar oxígeno, y que luego en la tarde lo estaban vendiendo. Mi primo confundido les preguntó que por qué lo vendían y ellos le contestaron: “es que nuestros parientes ya fallecieron, y ahora necesitamos dinero para el sepelio”. La primera vez que mi primo escuchó esa respuesta casi se va al suelo con tanque y todo. No podía creer la realidad de la tragedia que atravesábamos. Luego, ya se fue acostumbrando a ver esos casos de ‘compra-venta’ afuera de las distribuidoras.

A lo que nunca se acostumbró, es al ruido de los celulares, mientras estaban en la cola. Todos pendientes de escuchar la reacción de quien contestaba porque podía ser esa llamada, ese mensaje que nadie quería recibir mientras esperaban desesperadamente por el oxígeno para su familiar: “ya falleció”. Se oían gritos y llantos desgarradores. Mientras pasaban los días, ya muchos de ellos conocían sus historias y qué familiares padecían el virus. Se ayudaban entre todos, dónde encontrar los medicamentos que les hacían falta, trámites para los sepelios, etc.

Los primeros días de Abril, la mamá de mi primo falleció. No había féretro en Guayaquil, o más bien pedían mucho por ellos, hasta $ 1.000. Así que se fue a Naranjal a comprar uno. Doña Blanquita estuvo en la sala de su casa por cuatro días, hasta que se pudo agilitar lo del entierro. Mi primo reflexiona ahora y piensa en todos las personas que conoció en la distribuidora de tanques y en el cementerio mientras hacía trámites: “si teniendo un poco más de posibilidades y ‘contactos’ pude conseguir un féretro fuera de la ciudad, darle tratamiento al cuerpo de mi mami; no imagino a quienes gastaron absolutamente todo. Contaban sus centavitos para comprar las medicinas, los tanques. Me decían que hasta habían pagado a un médico $800 por el certificado de defunción. Que habían conseguido un oxímetro, que costaba $ 22, por $ 66! No es justo que nos hayan robado! Pero a algunos realmente les robaron todo, muchos encima de perder a los suyos, terminaron con la vida destrozada!”

Ni estas ni otras cientos de historias trágicas que iba dejando esta pandemia lograron sensibilizar a los corruptos de siempre: funcionarios y empresarios ávidos de dinero sobre impusieron sus intereses sobre el de los demás. En Ecuador, Panamá, Argentina, México, Perú, Honduras y Colombia se han reportado casos de corrupción relacionados a la adquisición de ventiladores respiratorios, bolsas para cadáveres, mascarillas, ambulancias, medicinas y diversos insumos de bioseguridad para evitar propagación del Covid-19.

En nuestro país ya la Fiscalía hace su trabajo, ahora los jueces tienen que hacer el suyo. No es un favor, es un deber, mejor dicho: una tarea pendiente con los ecuatorianos. Que caigan todos los corruptos de esta pandemia como moscas, porque eso son, insectos con patas de uñas muy finas que aletean alrededor de todo, esperando el momento oportuno para posarse y alimentarse de las sustancias de los demás.