Sigue quedándote en casa

Por Betty Soledispa de Escobar
@b3scobar

Fueron varias semanas de angustia, desconcierto y fragilidad, pero al mismo tiempo de ser fuerte y de hacer, como sea, mi parte para que el virus deje mi casa y el cuerpo de la persona a quien más yo amo. Lavarme una y otra vez las manos, ya enrojecidas, para evitar el contagio y poder cuidar a mi esposo, ese era mi cometido.

Todo empezó el 21 de marzo: dolores en el cuerpo, detrás de los ojos y tos. En Jorge, el COVID-19 se presentó mayormente con síntomas gastrointestinales. La segunda semana fue la peor. Aumentaron los síntomas: vómito, escalofríos, congestión nasal, fiebre de 41°C, diarrea, debilidad extrema (casi no podía pararse de la cama). Tuvo un desmayo, lo llevé al hospital, y aunque los doctores estaban convencidos de que era coronavirus, no le hicieron el test porque no era paciente de ‘alto riesgo’ (embarazadas, mayores de 60 años, enfermedades preexistentes). No tenían suficientes kits de test. Jorge pasaría a ser una cifra más de infectados no contabilizados. Le dijeron que sus pulmones y corazón estaban bien, pero debía pasar el virus en casa. El cuerpo le dolía tanto en la noche que casi lloraba, yo lo arrullaba hasta que se dormía.

En la tercera semana la fiebre disminuyó hasta irse por completo, aún tenía tos, y la energía de un hombre de 90 años, caminaba encorvado y arrastrando los pies. En los siguientes días era la energía de un hombre de 80 años y luego de 70, así medía su recuperación.

Hoy veo a mi esposo y pienso: si lo que viví fue terrible, aun cuando conté con la asistencia médica inmediata y que al final de todo el vía crucis, Jorge sobrevivió al virus… No soy capaz de imaginar la angustia que han pasado muchos en Guayaquil, al ir con sus familiares de hospital en hospital buscando atención, sin éxito, y luego ver cómo algunos sucumbían al virus. No soy capaz de poner en palabras el dolor que deben sentir todos ellos.

Me duele saber que la diferencia entre una situación y otra son los recursos. El mundo no estaba preparado para lo que vivimos y lamentablemente la situación de cada país en cuanto a estructuración y disponibilidad de servicios queda al desnudo en momentos como estos.

La ciudad de Nueva York y la ciudad de Guayaquil, cada una dentro de sus países, han sido el epicentro de contagio de este virus y las dos han sido fuertemente golpeadas.

Hace algunos años, en otro artículo, hablé de la resiliencia. Es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Sé que en la Gran Manzana y en la Perla nos levantaremos fuertes y resilientes porque no conocemos otra forma de reaccionar ante “situaciones límite”. Recordaremos siempre a quienes perdimos, por ellos seguiremos adelante y mejoraremos como seres humanos, como ciudades, como países.

Pero eso será cuando todo pase y sea seguro salir. Cuando la curva esté aplanándose, eso no querrá decir que debemos confiarnos sino más bien tener mucho más cuidado en no descuidarnos. Será el momento más crucial de seguir disminuyendo los contagios. Por eso, por favor Guayaquil, sigue quedándote en casa.

* Este artículo fue publicado, el 23 de Abril del 2020, en el diario El Universo