Mi #SOSVenezuela

image

Por: Betty Escobar
@basoledispa

Soy una ecuatoriana felizmente casada, casi catorce años, con un venezolano. Cuando lo conocí en Ecuador, a donde llegó por cosas del destino, no paraba de contarme lo hermosa que era su tierra y su gente. Nacido en Caracas, aunque vivió un tiempo en San Cristóbal, Margarita y Barquisimeto, siente –como yo– un amor infinito por la tierra que lo vio nacer.

Jorge (mi esposo) se enamoró no solo de esta ciudadana ecuatoriana sino de mi país entero, su comida, sus paisajes, sus playas. Cayó rendido bajo sus encantos, pero siempre llevaba con él la nostalgia de su Venezuela querida. Pasaron los años y yo cada vez más ganas sentía de conocer su tierra y ver todo lo que me había contado: el cerro El Ávila en Caracas, la isla Margarita, Valencia; probar la carne mechada o la bomba (un dulce muy típico de allá); y le preguntaba: “¿Cuándo vamos?”. Pero muy seguro de lo que me decía, me contestaba: “¿Qué?, yo no te voy a llevar a esta Venezuela; esa no es la Venezuela donde yo nací y crecí, solo su gente y sus paisajes, pero quien la gobierna ha destruido parte de su esencia. No te llevo hasta que no vuelva a ser libre”. Debo confesar que la primera vez que lo oí me impactó, y le preguntaba una y otra vez por qué.

Con el pasar de los años he venido entendiendo sus razones, creo que le dolería mucho que yo vea a una Venezuela que él nunca conoció. Llena de inseguridad, con escasez, sin libertades ni derechos humanos. Una Venezuela amordazada por la tiranía de uno que se cree “superpoderoso”.

En estas últimas semanas, exactamente a partir del #12F, he visto a mi esposo deteriorado de salud, estresado todo el tiempo, con dolores musculares, casi sin poder dormir. Pegado al celular en la madrugada leyendo las noticias y tuits de Venezuela. Me duele muchísimo verlo así, pero me da orgullo también de saber que su amor por su país sigue intacto y más presente que nunca, a pesar de no haberlo pisado en estos últimos años. Él ha ido a Venezuela, pero no ha querido llevarme. Sigue dándome la misma respuesta, la que les conté al inicio.

Si yo siento esta preocupación grande por mi esposo angustiado de lo que sucede en su país, no puedo imaginarme el dolor, desconsuelo y angustia de esas madres que han perdido a sus hijos luchando por la libertad. A esos héroes que literalmente han dado la vida por su patria. Y ver cómo la OEA prefiere mirar hacia otro lado, y algunos líderes de Latinoamérica que hasta han dado “su apoyo absoluto” a Maduro (…). ¡Duele más, indigna más!

No les voy a hablar de Venezuela en números porque ya todos sabemos de sobra el descontrol económico que hay, los miles de muertos por la inseguridad y falta de alimentos básicos.

Solo apelo al buen corazón del lector de este texto para que no deje de pensar en nuestros hermanos venezolanos, que aunque estemos lejos de ellos deben sentir nuestro apoyo, que no están solos. Para ellos esa no es una frase trillada, es lo que los impulsa a seguir luchando por su libertad y su futuro.

Mientras tanto, yo sigo soñando con que ese día que tanto anhelo llegue pronto, escuchar de la voz de mi esposo: “Vamos a Venezuela, te voy a mostrar lo bello que es mí país”.

* Este artículo fue publicado, el 16 de marzo del 2014, en el diario El Universo